La confrontación que tuvieron el gobernador Jaime Bonilla y el alcalde de Tijuana Arturo González Cruz a través de los medios públicos, fue de esos pleitos que dejan ver las profundas diferencias que hay en los gobiernos de Morena y las disputas desgarradoras que ya están en ebullición con miras a las elecciones locales de 2021.
Los pleitos han sido y seguirán siendo una constante en Morena, por lo menos de aquí al 2024. Responden a la forma en que se constituyó el movimiento y el partido, al que le ha costado mucho trabajo regirse por normas establecidas y por una ideología, porque en realidad sólo se rige por la figura y el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador.
En BC, Morena como partido no existe, existe una conexión de individuos que llegan al gobierno a través de Morena y que a través de ahí controlan o manipulan una membresía hasta cierto punto anónima, que se moviliza en tiempos de elecciones. Es una base fuerte y dispuesta a sufragar por lo pronto.
En ausencia de un partido estructurado y regido por normas institucionales, quien asume todo el poder sobre los gobiernos y la membresía es el gobernador. Es la estructura piramidal que funciona en Morena, como antes en el PRI y en el PAN. Es él el que decide las líneas y los programas a seguir en los gobiernos pero, sobre todas las cosas, es el que va a decidir quiénes serán los candidatos a sustituirlo, los candidatos a las alcaldías y a las diputaciones.
Arturo González olvidó esta regla no escrita pero bastante conocida en todos los partidos y en Morena. En su loca carrera por adelantarse a todos traspasó las fronteras de otros municipios para fraguar apoyos políticos, haciendo a un lado al gobernador que, desde su privilegiado mirador, vigila y observa a todos sus subalternos. Por ahora, González Cruz ya quedó fuera de la carrera.
La mayoría de los suspirantes de Morena que buscan repetir en el cargo o brincar a otros, olvidan algo que será muy importante en la elección que hará Bonilla en esta elección. Dado la brevedad de su periodo (de 2 años) y el tiempo perdido en tratar de cambiarlo, así como por la pandemia que ha paralizado todas las actividades, Bonilla va a intentar seleccionar candidatos que asuman o retomen sus principales proyectos.
Desde su puesto de mando va a promover y defender (ante intromisiones del centro) candidatos que respondan a sus intereses y le permitan seguir “gobernando” desde afuera, con el fin de mantenerse en el poder por mucho tiempo, incluso después de 2024 cuando termina el gobierno de AMLO. Una especie de Maximato bonillista.
El asunto es que casi no hay candidatos con este perfil, o que se asemejen al temperamento político de Bonilla. Lo que hay son algunos que vienen del viejo PRI, lo que seguiría atando a Morena a ese partido y, por otro lado, los más nuevos están desaparecidos, rebasados por la pandemia y los enormes rezagos urbanos y sociales de los municipios.
En ambos casos el panorama es tristísimo y poco estimulante para los electores y el futuro de Morena. En casi todos los casos, tanto los alcaldes como el gobernador, amén de muchos otros funcionarios, no han entendido que el problema central del gobierno de Morena no está en hacer más con menos o redirigir más programas hacia los más pobres, etcétera, sino en cambiar la relación de los gobiernos con la gente.
Hasta ahora, no hay ningún cambio sustancial en ese sentido. Los gobiernos de Morena siguen siendo autoritarios y despóticos en el trato con los ciudadanos, son opacos en casi todo lo que deciden, casi todos están envueltos en escándalos y cuestionamientos de algunos sectores de la sociedad y mantienen un discurso muy pobre en términos políticos.
Varios alcaldes y funcionarios de Morena (que aspiran a saltar a otro cargo más alto) actúan bajo el amparo del caudal de votos que significa la presidencia de López Obrador. Pero por sí solos no estarían donde están ahora, mucho menos por su trabajo que deja entrever muchas ineficiencias y limitaciones conceptuales y no se diga de carácter políticas.
Si se quitan los votos de AMLO, en Morena BC va quedando una clase política mediocre cuya característica, hasta ahora, es obedecer las órdenes que vienen de arriba, alinearse rápidamente y someterse a los dictados del gobernador. Es difícil caracterizar todo esto como un cambio positivo en la entidad.
El reto de Morena frente a las elecciones de 2021 debería consistir en darle una vuelta de tuerca a este panorama desolador de sus gobiernos, encontrar nuevos cuadros e incorporar otros perfiles porque, si no, lo único que seguiremos viendo son esos culebrones en donde ventilan abiertamente sus problemas psicológicos y sus reyertas políticas.